2.1.
Características.
El primer precursor del teatro romántico
fue William Shakespeare, autor que ya avanzó algunos de sus temas durante el
periodo del barroco. Aunque el romanticismo sea un movimiento procedente de
Alemania.
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En el teatro romántico lo que
predomina en gran medida es el drama, que tiene por objetivo conmover al
espectador.
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El contexto en el que se
sitúan suele ser medieval, aunque estructurado y desfigurado al gusto del
autor, iniciando los ambientes fantásticos y góticos.
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En lo referido a la forma, la
libertad del autor prevalece sobre las normas clásicas: mezclan lo trágico con
lo cómico, la prosa y el verso, no se respetan las tres unidades… Los autores
escriben sin restricciones, utilizan tipos de ambientaciones distintas, dividen
la obra en actos y utilizan las medidas métricas que más creen que les
convienen.
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El tema estrella del teatro
romántico es el amor que choca contra todas las convenciones sociales y
normalmente acabado con un final trágico. La fatalidad, el destino cruel y la
venganza son temas que aparecen con frecuencia en las obras teatrales del
romanticismo. Otro de los temas es la libertad que enfrenta al héroe romántico
con el mundo exterior y en algunos casos la heroína femenina que le seguirá y
será leal, también desembocando en final trágico.
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La escenografía de las obras
adquiere gran importancia: aparecen los teatros como lugares físicos donde
representar las obras y cambian de manera extrema según la obra que se
represente.
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El lenguaje se vuelve
retórico y bastante grandilocuente, mezclando el verso tradicional con la prosa
que se añade por primera vez al teatro.
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Finalmente, acaban dándole
más importancia a la acción y al modo que tienen de actuar los personajes que
no a la complejidad psicológica de estos, que acaban dejándola a un lado.
Como en otros países, el teatro romántico
español reacciona contra el didactismo y las normas del teatro neoclásico.
El primer éxito del drama romántico se
produce en 1834 con el estreno de La
conjuración de Venecia, de Francisco Martínez de la Rosa, u otros estrenos como Macias de Larra, pero la
total consagración de la estética romántica fue en 1835 con el estreno de Don Álvaro o la fuerza del sino, de Ángel
Saavedra. A partir de ese momento son muchas obras románticas que acaban
poniéndose en escena.
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